Virtud y felicidad: Las leyes.
Para
Sócrates, los virtuosos son
también felices: el hacer el bien es también vivir bien: es intrínseca a las leyes morales
una sanción natural, por la cual el bueno y justo es feliz y el malvado o
injusto es infeliz. El bueno y el justo, para Sócrates, no
tienen en cuenta sólo el beneficio y la felicidad propios, sino también al
propio perfeccionamiento y al ajeno, y en ello y en la acción desinteresada e inspirada por satisfacción el amor, encuentran la
más alta interior y la mayor aproximación a lo divino.
La injusticia representa el mal y la
infelicidad mayores, porque no sólo convierte en peor (y por ello peligroso al injusto) a quien la recibe,
sino más aún porque mancha de
la peor manera el alma del que la
comete. De allí que para Sócrates es un mal menor recibir que cometer injusticia: y cometerla, o
sea violar las leyes, es faltar a una especie de pacto que todo ciudadano ha
contraído con las leyes patrias, de las
cuales goza los beneficios, y por ello se empeña en mantener el respeto y la
observancia de ellas.
El alma y Dios:
Sócrates
rechaza la idea de sustraerse a la condena de muerte porque él tenía fe en la
inmortalidad del alma y en una vida futura, y en una divinidad o Inteligencia
Suprema que lo gobierna todo tal como el alma gobierna al cuerpo. La existencia
de Dios le parece demostrada por hallarse todo en el mundo adecuado a un fin y
ser por ello, revelación de una providencia e inteligencia divinas que él
concibe omniscientes y omnividentes y al que no le pasan desapercibidos ninguno
de los actos o de los pensamientos humanos.
III.
Los socráticos: Platón y el sistema del idealismo.
Los
discípulos de Sócrates:
Cuatro discípulos de
Sócrates fueron fundadores de escuelas filosóficas: Aristipo de Cirene,
Antístenes de Atenas, Euclides de Megara y Platón de Atenas. Todos ellos funden
la enseñanza de Sócrates con elementos de otras fuentes: los dos primeros de
corrientes filosóficas, el tercero del eleatismo, el cuarto del eleatismo, heracliteísmo y órfico-pitagorismo
al mismo tiempo.
Socráticos
menores:
Aristipo
(435-360)
fundador de la escuela Cirenaica,
hace suya la teoría del conocimiento de Protágoras; pero para él, la sensación
es criterio no solamente de la verdad, sino también de la conducta práctica, y
por eso el placer es el fin del hombre (hedonismo).
Antístenes
(444-370)
fundador de la escuela Cínica
(de la que Diógenes de Sinope +323, es representante
típico), sigue a Gorgias en el negar- en contraste con los idealistas- la
posibilidad de la ciencia, y por eso sólo da importancia al problema moral,
contra el Hedonismo de los Cirenaicos, retoma de Pródicos la exaltación de
Hércules, modelo de energía y de Hipias la reivindicación de la naturaleza
contra las convenciones humanas.
El ideal cínico, está
constituído por una vida capaz de bastarse a sí misma, ruda y libre de necesidades, que
repudia todo artificio y convención social, para volver a la naturaleza.
En el concepto cínico de naturaleza se mezclan una tendencia regresiva que
quiere reducir a la rudimentariedad de la vida animal la del hombre, y, una
exigencia de elevada inspiración humanitaria de fraternidad universal, que
anticipa conceptos estoicos y cristianos.
Frente a estas dos
escuelas están los idealistas: la escuela Megárica de Euclides (floreció en
399) conducido por el eleatismo a una forma de idealismo rígido e incapaz de
otro desarrollo que no fuera la crítica de las concepciones adversarias, o sea
la polémica sutil, imitadora de Zenón de Elea y preparadora del escepticismo; y
el mayor antagonistas de todos los sistemas sensualistas y materialistas,
Platón.
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