domingo, 25 de mayo de 2014

Virtud y felicidad: Las leyes.
Para Sócrates, los virtuosos son también felices: el hacer el bien es también vivir bien: es intrínseca a las leyes morales una sanción natural, por la cual el bueno y justo es feliz y el malvado o injusto es infeliz. El bueno y el justo, para Sócrates, no tienen en cuenta sólo el beneficio y la felicidad propios, sino también al propio perfeccionamiento y al ajeno, y en ello y  en la acción desinteresada e inspirada por satisfacción el amor, encuentran la más alta interior y la mayor aproximación a lo divino.
La injusticia representa el mal y la infelicidad mayores, porque no sólo convierte en peor  (y por ello peligroso al injusto) a quien la recibe, sino más aún porque mancha de la peor manera el alma del que la comete. De allí que para Sócrates es un mal menor recibir que cometer injusticia: y cometerla, o sea violar las leyes, es faltar a una especie de pacto que todo ciudadano ha contraído con las leyes patrias,  de las cuales goza los beneficios, y por ello se empeña en mantener el respeto y la observancia de ellas.
El alma y Dios:

Sócrates rechaza la idea de sustraerse a la condena de muerte porque él tenía fe en la inmortalidad del alma y en una vida futura, y en una divinidad o Inteligencia Suprema que lo gobierna todo tal como el alma gobierna al cuerpo. La existencia de Dios le parece demostrada por hallarse todo en el mundo adecuado a un fin y ser por ello, revelación de una providencia e inteligencia divinas que él concibe omniscientes y omnividentes y al que no le pasan desapercibidos ninguno de los actos o de los pensamientos humanos.
III. Los socráticos: Platón y el sistema del idealismo.
Los discípulos de Sócrates:
Cuatro discípulos de Sócrates fueron fundadores de escuelas filosóficas: Aristipo de Cirene, Antístenes de Atenas, Euclides de Megara y Platón de Atenas. Todos ellos funden la enseñanza de Sócrates con elementos de otras fuentes: los dos primeros de corrientes filosóficas, el tercero del eleatismo, el cuarto del  eleatismo, heracliteísmo y órfico-pitagorismo al mismo tiempo.
Socráticos menores:
Aristipo (435-360) fundador de la escuela Cirenaica, hace suya la teoría del conocimiento de Protágoras; pero para él, la sensación es criterio no solamente de la verdad, sino también de la conducta práctica, y por eso el placer es el fin del hombre (hedonismo).
Antístenes (444-370) fundador de la escuela Cínica (de la que Diógenes de Sinope +323, es representante típico), sigue a Gorgias en el negar- en contraste con los idealistas- la posibilidad de la ciencia, y por eso sólo da importancia al problema moral, contra el Hedonismo de los Cirenaicos, retoma de Pródicos la exaltación de Hércules, modelo de energía y de Hipias la reivindicación de la naturaleza contra las convenciones humanas.
El ideal cínico, está constituído por una vida capaz de bastarse a sí misma, ruda y libre de necesidades, que repudia todo artificio y convención social, para volver a la naturaleza. En el concepto cínico de naturaleza se mezclan una tendencia regresiva que quiere reducir a la rudimentariedad de la vida animal la del hombre, y, una exigencia de elevada inspiración humanitaria de fraternidad universal, que anticipa conceptos estoicos y cristianos.
Frente a estas dos escuelas están los idealistas: la escuela Megárica de Euclides (floreció en 399) conducido por el eleatismo a una forma de idealismo rígido e incapaz de otro desarrollo que no fuera la crítica de las concepciones adversarias, o sea la polémica sutil, imitadora de Zenón de Elea y preparadora del escepticismo; y el mayor antagonistas de todos los sistemas sensualistas y materialistas, Platón.

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